P. Castillo

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martes, 23 de enero de 2018

París no se acaba nunca. Enrique Vila-Matas (Barcelona, 1948)
Anagrama, 2003. 233 pp. Ilustración portada, Pont des Arts, París, 1927. Foto André Kertesz.





Contraportada:

“París no se acaba nunca es una revisión irónica de los días de aprendizaje literario del narrador en el París de los años setenta. Fundiendo magistralmente autobiografía, ficción y ensayo, nos va contando la aventura en la que se adentró cuando, en su buhardilla de París, redacto su primer libro. Y nos desvela, por ejemplo, cómo en parte escribió ese libro gracias a los consejos para escribir una novela que le dio, resumidos en una breve cuartilla, Marguerite Duras, su muy atípica casera.”

Leí las últimas paginas del libro en plena calle andando hacia mi casa, en una tranquila mañana de sábado, mientras me cruzaba con algunos vecinos procedentes del mercadillo semanal (la última vez compré unos suculentos melocotones ahí, y también aceitunas de Cornicabra, oriundas de los montes toledanos, las suele escoger mi hija, son deliciosas).

Me reconforta la sensación de caminar a la intemperie, que diría Jesús Carrasco, acompañado de un libro, ese es el matiz diferenciador, un paraguas en la mano no te hace compañía, un libro sí. Bienestar que se acrecienta cuando lo llevas bajo un cielo de nubes preciosas, unos magníficos estratos lenticulares. 





Me pregunto por qué, ahí arriba, las nubes se obcecan en poner un colofón tan hermoso al grotesco espectáculo que se dirime a ras del suelo. Y encima, en compensación, les enviamos toneladas de tóxica y densa fealdad. Nunca os  agradeceré lo bastante vuestra tenacidad para embellecer los pensamientos, al menos los míos, gracias queridas nubes..



Hay muchos alicientes para leer a un gran escritor como Vila-Matas.
Me bastaron dos; estrenarme con un autor largamente postergado, la otra, no menos importante, se revela en el título; París.

Sin olvidar el acicate que supuso encontrar mismo autor y obra en un excelente blog amigo, U-topia, dirigido por Laura.

Ignoro si París no se acaba nunca, pero al menos no se extingue en mi memoria. Estuve hace 9 o 10 años junto a Araceli, mi mujer. Fue gracias a una de esas decisiones relámpago que, respecto a determinadas cosas, toma ella con desconcertante tranquilidad:

“He visto un vuelo baratísimo a París, sale el lunes que viene, como hoy es jueves tenemos todo el tiempo del mundo para prepararlo, voy a sacar las maletas del canapé”

¿Todo el tiempo del mundo?

Es el pensamiento que adivinaba Araceli en mi semblante.

A contrareloj buscaba yo en internet un alojamiento razonable para unos cuantos días.
En aquella ocasión encontramos un coqueto hostal, muy bien de precio, en una bonita avenida frente al famosísimo cementerio del Père-Lachaise, de hecho veía una parte desde la ventana, (y lo visitamos, por supuesto).

Empiezo así porque Vila-Matas cuenta de esa guisa sus vicisitudes parisinas, y tengo sus palabras clavadas por todo mi cuerpo, como si fueran flechas que unos arqueros me lanzaron desde su castillo medieval. Obviamente él lo expresa con muchísimo más talento que un servidor.

Un libro de Vila-Matas es un cajón de sastre en donde cabe casi cualquier cosa que tenga que ver con la escritura; ensayo, narrativa, historia, filosofía, poesía, metaliteratura… en definitiva la realidad y la ficción son vasos comunicantes. 




Por eso, adentrarse en su obra es como explorar un espléndido jardín botánico, uno va admirando los diferentes hábitats naturales; las palmeras y bromelias tropicales se suceden con las coníferas boreales, el espliego meridional con los cedros orientales, pero todo se contempla como un paisaje armonioso, todos los especímenes, por variados que sean, pertenecen al mismo género; el reino vegetal.

Y eso mismo es asomarse a sus textos, es indagar en sus diversas experiencias vitales, hasta que confluyen en una existencia inseparable de la palabra escrita. Tal vez se entregue a la escritura de una forma febril y apasionada, encajonado en ese cuchitril parisino como si mañana fuese el fin del mundo. Se palpa la devoción que tiene por el oficio de escribir, sin esperar más premio que el deleite de capturar, mediante la palabra, esos pensamientos plenos de ingenio, cuya estela brillante desaparece veloz como el viaje de una estrella fugaz en la noche… sublime visión, doy fe.




No descubro nada si afirmo que acercarse a la obra del barcelonés es degustar todo un festín literario.
La lista de autores y libros que menciona en este título es extensa, empezando por Hemingway, los poetas simbolistas, Perec, Borges, Julio Ramón Ribeyro, la propia Duras, en fin,  hay muchos más.

Todo eso que cuento del libro significa que leer a Vila-Matas es entregarse a un juego, es decir, el reto de dilucidar  cuánto de caricatura hay en lo real, y cuánto de real en la caricatura, algo muy cortazariano. Y un sentido del humor elevado a cotas geniales en su potencial de reírse de uno mismo… no le quedaba otra al descorazonado escritor, como comprenderéis en las siguientes líneas.

Uno puede contemplar a un Vila-Matas errante por las páginas de este libro, que tiene forma de París, y advertir que el andar indeciso del escritor no es otra cosa que deambular entre la soledad más desgarradora.

"Para qué la vida, para qué escribir sobre una asesina, para qué los ojos de Adjani, para qué mis padres, para qué Hemingway, para qué París, para qué todo. 
Dios mío, para qué. Recuerdo que muchos días andaba por el barrio con pasos veloces simulando que iba a alguna parte, cuando en realidad no había un solo lugar en el mundo en el que me esperara alguien. (…)




Unos minutos después, al regresar a la buhardilla, el sonido de la puerta al cerrarse –herméticamente como siempre- me pareció ese día idéntico al de la fría losa de una tumba al caer eternamente sobre el muerto. (…)"

Menos mal, sí, menos mal, que siempre tenía un libro, ya fuera en la mano, como en la mía, o en el bolsillo dado de sí de una chaqueta. Como la mía, también. ¿Y esa silueta errante, se fijaría en las nubes, como hago yo? Seguramente... todavía sigue aquí.





“Los sueños nunca se hacen mayores”. Eso lo escribí para un cuento, hace ya años. Por eso me alegró encontrar este párrafo:

"Nueva York es un deseo que viene de lejos. Durante muchos años tuve un sueño recurrente en el que me veía a mí mismo de niño en los años cincuenta en el amplio patio de la casa de mis padres, en ese entresuelo de la calle Rosellón de Barcelona, frente al cine Chile. (…)
Ya en Nueva York, recién llegado a la ciudad, de noche en la soledad de mi cuarto de hotel y con la maleta sin deshacer todavía, miré por la ventana y contemplé los rascacielos (…). Visualmente era como en el sueño del patio, pero nada especial sucedía. Me encontraba yo dentro de mi sueño y al mismo tiempo el sueño era real. Pero, como por otra parte era de esperar, no había aumentado en nada mi sensación de plenitud o de de felicidad por estar allí. Me encontraba en Nueva York, y eso era todo. Me acosté, me dormí y entonces soñé que estaba jugando en un patio de Nueva York, rodeado de casas de Barcelona. Y de pronto descubrí que el duende del sueño no había sido nunca la ciudad de Nueva York, sino el niño que jugaba dentro de ese sueño."

Tras leerlo tengo algo muy claro, lo incierto que es todo…







jueves, 4 de enero de 2018

Cuentos de orillas del Rin. Erckmann-Chatrian (Émile Erckmann, Phalsbourg, 1822-Lunéville, 1899. Y Alexandre Chatrian (Abreschiller, 1826-Villemomble, 1890)

Austral 1963. Segunda edición. 152 pp.




Aunque sean libros destinados al público adulto, si en sus solapas aparece la palabra Cuento, esa puerta que da acceso a un mundo fascinante no termina de abrirse para muchos lectores. Renuncia que les impide adentrarse en otras sendas literarias que conducen hacia desenlaces insospechados, plenos de ingenio e imaginación y, siempre, sorprendentes en la manera de situarnos frente al misterio que supone estar aquí, al reto de afrontar la vida, tal y como acontece en estos cuentos de Erckmann-Chatrian.

Ya lo hagan mezclando ensoñaciones, fantasía  y realidad, un cuento es la coctelera perfecta para juntar dichos ingredientes con una  desconcertante, y muy estimulante, sensación de armonía en nuestra mente, pues aquellos escritores y escritoras eran como alquimistas de palabras. 

Émile Erckmann y Alexander Chatrian

Además, en los cuentos memorables, la fantasía nunca es mero aditamento, algo que gira en torno a sí mismo de forma absurda, recupero estas palabras de Cortázar:

No acepto nunca ese tipo de fantasía, de ficción o de imaginación que gira en torno así misma y nada más (…)
La fantasía, lo fantástico, lo imaginable que yo amo y con lo cual he tratado de hacer mi propia obra es todo lo que en el fondo sirve para proyectar con más claridad y con más fuerza la realidad que nos rodea.”

Por eso tengo una fe ciega en estos libros de cuentos y relatos (y con ellos me refiero a la mejor literatura) para salvarse del “naufragio”, si es que alguien se viera a la deriva lectora por causas varias; hastío, saturación, crisis existenciales… vaya usted a saber. 

Sin que ello me afecte ahora, no he sido inmune a tales lapsus. Tampoco lo considero tiempo infructuoso… tras un largo periodo lector, ese parón sirve para asimilar todo lo leído, dejando un poso más fecundo… en fin, cosas mías.



Es más, de existir alguna ciencia que permitiese sanar a través de los libros, yo recetaría ipso facto estos “Cuentos del Rin”  para combatir el síndrome de la abulia lectora, y recuperar la pasión por la literatura mediante el puro deleite de leer por leer, pues aquí las palabras no son, stricto sensu, asideros de la realidad, sino inquilinas de paso entre lo real y lo fantástico, moradoras de ese paraje brumoso que se cierne entre el mundo y el intramundo.

Aunque me gusta el relato actual, testigo de nuestra época, confieso mi predilección por los grandes cuentistas del pasado.

Zola, Maupassant, Gogol, Chejov, Dickens, Poe, Hawthorne… uff, no citaré a todos los autores de cuentos que tengo por ahí, pero nombraré a Hoffmann y Auerbach, dos de  los que más influyeron (sobre todo el primero) a estos alsacianos que os presento.




Otro atractivo que nos ofrece el libro reside en ese raro fenómeno literario de las obras creadas al alimón.

Se trata de los escritores Émile Erckmann y Alexandre Chatrian, oriundos de Alsacia (Alsacia-Lorena), región histórica y cultural incrustada entre el noroeste de Francia y el noreste de Alemania. Un territorio que se extiende por el margen occidental del Valle Alto del Rin,  constituyendo el marco de estas narraciones. De ahí su título, “Cuentos de orillas del Rin”.



Su estilo narrativo parte de la gran tradición cuentista de la Selva Negra alemana, con un folclore tan rico como antiguo y que plasmó magistralmente el ya mencionado Auerbach en sus “Cuentos rústicos de la Selva Negra”.

La ambientación y descripciones de esos pueblecitos y pequeñas ciudades asomadas al Rin, los fríos y oscuros inviernos que las asolan, la lluvia repiqueteando en el carcomido ventanuco de la taberna… son destellos literarios cuyo brillo no decae pasen años o siglos.

Así como la arrolladora imaginación con la que los autores van desdibujando la realidad, magnífico exponente es el cuento “Mi ilustre amigo Selsam”, en donde se mezclan elementos tan dispares como la ciencia, primitivos instrumentos musicales africanos y europeos, un grupo estrafalario de amigos, una honorable dama de “supuesta mala salud”, los Oratorios de Haendel, música de Haydn, todo ello aderezado con un genial humor negro, pues la muerte siempre ronda al acecho.

Y claro, los protagonistas en cada relato, guarecidos en la inquietante penumbra de las tabernas (en este libro no hay cuento sin su taberna con nombre), también se hacen preguntas mientras miran al vacío, ¿por qué los hombres hacen lo que hacen? Y ¿qué sentido tiene desear lo que se desea? Preguntas atrapadas en el ambiente viciado de aquellos antros que siguen flotando en el aire de nuestros días.

Mi vieja edición de Austral no tiene la mejor de las traducciones, suele pasar con muchos de estos viejos libros, y solo reúne seis cuentos:

El tesoro del viejo hidalgo
Mi ilustre amigo Selsam
La pesca milagrosa
La ladrona de niños
El blanco y el negro
El ciudadano Schneider


Por suerte este título se ha reeditado recientemente con una traducción excelente y prólogo de Javier Marías, un apasionado de esta obra, (también lo ha publicado él en su editorial Reino de Redonda).

Estas nuevas tiradas han añadido otros dos cuentos a los que ya había. Son El réquiem del cuervo y El canto del vino.

Os muestro una imagen de este ejemplar (que no tardaré en adquirir, pues son cuentos ideales para releer). Y luego una breve introducción de Marías.




"Cuentos de las orillas del Rin es uno de los libros menos conocidos de Émile Erckmann y Alexandre Chatrian. Su propuesta es un viaje en el tiempo, al mundo rural de las dos márgenes del gran río del norte de Europa, a las ciudades que durante generaciones amalgamaron lo alemán y lo francés, a regiones donde el vino empieza a no ser blanco y la cerveza se elabora con nuevas recetas. Si bien el dúo Erckmann-Chatrian cosechó en su época más fortuna con historias macabras o directamente fantásticas, los ocho relatos que forman este volumen no dejan de poseer un elemento misterioso y siniestro, así como cierto matiz ambiguamente sobrenatural."

Poco más que decir... No sé por qué, pero en las riberas del Rin suelen ocurrir cosas muy extrañas, inquietantes si se prefiere. Mejor lean estos cuentos alumbrados al quinqué de una taberna alsaciana, en alguno de sus lúgubres rincones la mente de un escritor trabaja en estado de éxtasis…