P. Castillo

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jueves, 12 de marzo de 2015

Los perros hambrientos.





Al cerrar el libro, tras leer la última página, recuerdo haber permanecido varios minutos en silencio, con la mirada reposada en un punto impreciso de la habitación. Como si pretendiese, en vano, retener indefinidamente las  sensaciones que se agolpaban en mi cabeza, quería permanecer en ese dulce estado de embriaguez lectora que te provocan algunas obras, muy pocas.
He de decir que mi ánimo ya tenía cierta predisposición para adentrarse en la historia, para sentir el frío cortante de los cerros andinos. Tuve la enorme fortuna de transitar por esos parajes, hace ya años, en aquellos tiempos de la mochila al hombro. 
Ciro Alegría (1909 - 1967) ,  nos habla de la crudeza del hambre, cuando en las remotas aldeas andinas, a una altura donde casi se puede tocar el cielo con las manos, la existencia de las gentes está sujeta al caprichoso azar de las nubes cargadas de lluvia.
Pocas veces el título de un libro sintetiza de manera tan fiel la historia que tiene ante sí el lector. El alma de esta obra no está, aunque también, en los hombres y las mujeres de la puna andina. no. Está en Wanca, Zambo, Güeso y Pellejo, los infatigables perros pastores de la Antuca, la niña pastora que siente la compañía silenciosa de los riscos, que habla con el viento y las nubes. 
Ciro Alegría, haciendo uso de una memorable prosopopeya, humaniza los avatares de estos perros y sus descendientes, en la lucha atávica por vivir un día más cuando todo es hambruna, miseria y muerte. 
Hombres y animales se las tendrán que ver con la cara más siniestra de la naturaleza, cuando la sequía convierta en secarral lo que antes era exuberancia, cuando las últimas gotas de agua se esfumen entre las grietas de la tierra, y el verdor de las cosechas solo resida en el recuerdo de los perros y los campesinos. 
En ese escenario de muerte, hombres y perros deshacen su pacto de amistad. El hambriento no se alimenta con lealtad. Los perros, antes dóciles, no dudarán  en matarse entre ellos por un pellejo de cabra, o desafiar a sus amos. Los hombres no vacilarán en matar a los perros, ahora de mirada agresiva. Cuando terminen con los animales, se matarán entre ellos. Cosas de hombres.
El narrador omnisciente simboliza, a través de los perros, la ancestral lucha por la supervivencia en un escenario donde todo invita a la muerte. 
Hay pasajes que, inevitablemente, me traen al recuerdo fragmentos del Pedro Páramo de Juan Rulfo, y lo digo porque, a veces, no se sabe muy bien si los vivos hablan de los muertos o son éstos los que hablan de los vivos.
Esta narración se sitúa en la llamada novela indigenista sudamericana, en lo que tiene de denuncia por la brutal explotación del campesino, el indio como denominan, a manos del hacendado, el descendiente blanco de los gringos. Una realidad que no ignora el peruano Ciro Alegría, hijo de familia hacendada que, sin embargo, empatizó profundamente con los campesinos, dándoles voz en sus libros, igual que hicieran sus compatriotas Clorinda Matto de Turner, José María Arguedas, Manuel Scorza o Cesar Vallejo con su deslumbrante poesía, entre otros.
La narración destila una belleza sobrecogedora, por inquietante. Sabes que  la muerte lanzará un zarpazo a la mínima oportunidad, una muerte que se refugia en el idílico paisaje de la sierra andina, un lugar donde la vida es una aventura más difícil que la muerte.

" Amaneció con un sol crudo, implacable, voraz. La tierra se abría en grietas sedientas y el sol entraba por ellas, tostándola. Y a lo largo de las sendas, en los cauces de las quebradas - buscando una gota de agua para su tremenda sed de envenenados - , al pie de los eucaliptos mustios, acezaban moribundos los perros hambrientos. otros habían muerto ya y miraban con pupilas fijas.
Runruneaba un lento y negro vuelo de aves carnívoras. Se posaban en torno de los entecos cadáveres y les sacaban los ojos primeramente. Siempre hacen así. Tal vez porque prefieren los ojos. tal vez porque la vida persiste en simularse en ellos y, al extraerlos, quieren apagar su último y molesto rastro. ( Los perros hambrientos, 1941 ) "

2 comentarios:

  1. ese libro es lindo. lo que más me gustó es eso que dices de que todo lo ves a través de los ojos de los perros. antes de leerlo yo pensaba que el título era una metáfora, pero no, realmente son perros. cuando lo terminé de leer también escribí un post al respecto
    http://huesohueso.blogspot.com/2012/04/los-perros-hambrientos.html

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    1. Hola Pierre. Es cierto, el título suele interpretarse como una metáfora.Debe de ser uno de los títulos más explícitos del libro que representa,es un título excelente, y dar con uno bueno no es cosa fácil.Gracias por tu visita.

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